Reynaldo Roels Jr. Crítico de Arte y Curador del Museo de Arte Moderno. Rio de Janeiro, Marzo de 2006

Boarding Pass

Siendo trabajos descriptos como serigrafías, las obras de Ileana Hochmann pueden provocar cierta sorpresa en el espectador. Transparencias suspendidas, papeles en relieve (simplemente arrugados y/o rasgados), ladrillos, pinzas y lupas: son algunos de los elementos que constituyen el repertorio referido a la técnica serigráfica. Una serigrafía que no parece serigrafía, o que por lo menos sólo lo es como recurso inicial y no como recurso final: técnica que desaparece como tal, técnica que solo existe para que tomemos conocimiento de ella. Con seguridad, el objetivo último de toda técnica, pero del cual habitualmente nos olvidamos.

Primeramente, alumna en las clases de Dionisio del Santo y de Evany Cardoso en la Escuela de Artes Visuales y enseguida profesora en el mismo lugar. Significativamente, uno de sus cursos se llamó “Serigrafía: Nuevos Abordajes”. Sus proyectos de uso (nótese, de uso) de la técnica va más allá de la misma: incidentalmente, el título de la muestra sería “Nada es lo que parece ser”, subsecuentemente eliminado. Mucho de la exposición depende también de material autobiográfico (especialmente una carta de su familia). Este material, una vez identificado, es responsable por un cierto “clima” a ser percibido (vivido) por el espectador. Más allá de esta percepción inicial, permanecen prioritarios otros elementos, prioritarios y no siempre del orden exclusivamente formal que construyen el discurso de la artista. Más materia prima (el medio) que producto acabado (el fin) la biografía sirve en este caso apenas como detonador del proceso de solución de problemas y una vez detonado este proceso, la biografía, como la serigrafía, también se torna secundaria, absorbida por el trabajo y no más reconocible o identificable en él.

La propia utilización – conspicua- del escrito (que tiene origen en la biografía pero que es independiente de ella ya que, en principio, no conocemos esa biografía) ayuda a establecer el clima.

Los ladrillos (recogidos en escombros – ¿de la vida?) se juntan a los fragmentos de papel y transforman el conjunto en una situación  tanto a ser vivida como a ser vista. Esto queda claro en el cuidado con el montaje de la exposición: en que pese a la densidad de cada una de las obras, la exposición parece, antes, una instalación (mírese arriba el título inicialmente pretendido…), obligando al espectador a ver cada trabajo de una y no de otra manera, impidiendo lecturas muy distantes de sus

 

 

 

 

 

propósitos originales pero al mismo tiempo instaurando la lectura de cada obra como si fuese un enigma.

Todo opera como girando en torno de un juego de espejos. Cada indicio que apunte para una dirección al fin se revela falso; todos los caminos se confunden; lo que parecería ser la salida revela ser un obstáculo; y el espectador es confrontado con el dilema de, a todo momento, reconocer que lo que él tomó como una pista es en realidad una ilusión. Él está forzado a un recomenzar permanente. Un poco como en la vida. También un poco como en el arte (que lo digan los artistas).

Bajo riesgo de saber que nunca habrá una solución definitiva, pero que no podemos abandonar la búsqueda.