lleana Hochmann

El poder de las palabras

“El lenguaje es la casa del ser”,

Martin Heidegger en “Carta sobre el humanismo” (1949)

Las palabras. Poderosas cuando se dicen y cuando se silencian.  Las palabras construyen la realidad que habitamos porque permiten nombrar las cosas; lo que no se puede nombrar, no se puede pensar.  Y es quizás la obra de arte una forma muy particular de lenguaje que pareciera habilitar todas las interpretaciones posibles y, al mismo tiempo, opera con un tipo de sintaxis que no permite su comprensión acabada. Cuando además  el artista se ocupa de otorgar invisibilidad a ese lenguaje, entonces los espectadores estamos en problemas.

Abordar el trabajo de Ileana Hochmann implica pensar en un estado de situación que nos lleva a pivotear entre las costas de Brasil y Argentina, una formación dada entre estas dos tierras separadas por las aguas,  gestada de la mano del Tropicalismo y todos los ingredientes propios de la década del 70´ en términos de su repercusión en el panorama cultural internacional más allá de lo artístico y en el plano personal, más visceral, sus raíces están bien fundadas dentro de la cultura judía donde la cuestión de la representación cuenta ya con toda una carga ancestral per se.  Una carrera que se inicia formalmente con apenas 16 años en talleres del Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro, trabajando el dibujo y el grabado,  altamente influenciada por un pasado familiar en torno a la escenografía y del cual hereda su interés por combinar el plano con la tercera dimensión, poniendo el cuerpo siempre en cuestión,  participando activamente del espacio que lo contiene. Pero si tuviésemos que hablar de un aliado incondicional en la obra de la artista, ese papel se lo lleva la serigrafía, pensada más allá de una mera técnica de reproducción sino como una plataforma que le permitiera experimentar sobre variados soportes. La serigrafía asociada a la fotografía da pie a una imagen que opera como punto de partida de una obra que se imbrinca como las capas de una cebolla que se van superponiendo; las impresiones y reimpresiones navegan entre lo artesanal y la era digital, dando por resultado un producto de exquisita calidad técnica que nunca desconoce o sacrifica lo estético.

 Todo comienza con una carta. Un contenido intenso, palabras que llegan escritas de la mano de un familiar muy cercano donde se preanuncia un final inesperado. Una carta que deja una impronta en Ileana que atravesará toda su vida y se irá desplazando en su búsqueda plástica y estética, cobrando distintas formas, mutando como un camaleón que adapta su piel pero conserva en su esencia esa nostalgia primigenia que busca repetir, ad infinitum desplegando un contenido ilegible. Es quizás Boarding Pass (2006) un trabajo ejemplar donde se pone en juego “esa carta” original con una mirada curatorial que buscó combinar impresiones en acetatos, papeles fotográficos, serigrafías; trabajo que alimentó la aparición de sus característicos “nudos” donde la palabra se retuerce imposibilitando el acceso a la lectura.

La teórica y curadora Mercedes Casanegra pone la atención en algunos de los pilares de la obra de la artista: tomando parte de su texto Nomadismo a través de la historia  Palabra/ lenguaje / huella, dice que “su lenguaje posee la virtud de una levedad y una evanescencia orgánicas. Y, siempre en una dirección de búsqueda y transformación. Ningún signo pretende afincarse como permanente, sino más bien a convertirse hacia lo simbólico. Los nudos de papel, el blanco caracú con su abertura central, el círculo, las tomas fotográficas del sótano del palacio Pamphili realizadas por Davy Alexandrisky y trabajadas por la artista, todos poseen esa doble cara que permite un cúmulo de lecturas”.  También en esta línea de trabajo,  Língua Falo Lengua (2008) manipula el idioma yendo y viniendo entre lenguas, desafiando la atención del espectador, forzándolo a  intentar comprender lo que está viendo, atrapándolo con su evidente sensualidad –otro de los recursos estéticos claves de la artista, retomados una y mil veces, incluyendo sus últimas búsquedas creativas-.  Volviendo al palacio Pamphilij al que refiere Casanegra,  Fernando Cocchiarale -curador del Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro- diría años más tarde sobre la obra de Ileana que son como “objetos que ocultan parte de las impresiones hechas sobre sus superficies y que, por consiguiente, resisten a la identificación, en su actual configuración, de etapas procesuales anteriores”. Sub_19 realizada en la Galería del  Palazzo Pamphilij, Embajada de Brasil en Roma (2012), evidencia estas palabras dejando claro que estamos ante una artista que elabora una suerte de arqueología poética, superposición de imágenes sin orden cronológico donde intervienen tanto los registros del espacio como fotografías personales, conformando un entramado donde las partes interactúan de forma que, una vez más, se parte de lo comprensible para llegar a un resultado críptico que invita a ser descifrado como por ejemplo una serigrafía impresa sobre una fotografía de la artista, un dibujo de 1963 sobre otra imagen de los subsuelos de una Roma del 176 d.c. O bien una fotografía original de 1978 pariendo -literalmente- a su única hija, la cual es ampliada 30 años después, intervenida, enrollada, encriptada.

Y así  como en un  principio fue una carta, ahora una imagen se transforma, quizás, una de las propuestas más  impactantes -por su contenido simbólico, visual y la síntesis entre ambos- de la artista: “Fiz das tripas, corazón” se sintetizan los ejes: la palabra, el “ritual antropofágico” representado en la danza, las fotos, el video, la serigrafía, los rollos –otra variante de esos primeros nudos-, el nacimiento, el ciclo de la vida que se va completando, la propia intimidad expuesta en carne viva, todo ello conformando un relato autobiográfico. En esta obra emblemática dentro de su producción, se repone el contexto de ese parto el 78´, se reelabora y actualiza la propuesta y así, se mantiene vigente.

 La cuestión de género tampoco le es ajena al trabajo de Ileana, buscando elegir medios expresivos que vayan actualizándose con el paso del tiempo,  siempre atenta a dar con un repertorio de opciones contemporáneas; dice la artista: “Mi mirada y método de producción continúan vigentes, transformándose con el tiempo en acciones poéticas, instalaciones, performances donde el cuerpo, un pájaro, un nudo o un osobuco, reelaboran y exceden el ámbito personal de mi obra. Una está siempre diciendo lo mismo, de formas diferentes”. En su trabajo más reciente, busca improvisar y empezar a reconocer un territorio nuevo dónde a partir de cierta “arqueología poética” surgida del encuentro de moldes abandonados, los reelabora y convierte en objetos híbridos que desconocen tanto su origen -¿a quién o a qué pertenecían esos moldes hoy resignificados?- como su destino final. Un estudio fotográfico de los mismos va conformando la Serie Negra la cual se suma y dialoga con la Serie Rosa integrada por objetos blandos, tentadores para ser tocados, carnosos, femeninos, sensuales. Hacia dónde la llevará la creatividad y en qué derivaran estas series que aun se está gestando, ni la propia artista lo sabe.

No importan aquí ni las cronologías ni citar cuántas muestras contuvieron la obra de Ileana Hochmann o las colecciones que integran. Porque lo trascendente está en lo que se hace con esa obra a lo largo de una vida. Y una misma búsqueda, cuando no está agotada, irá pesquisando permanentemente nuevos caminos para reinventarse. Pero algo tenemos por certeza: es entre ríos, religión, idiomas, íconos plásticos reconocibles cual patrones estéticos característicos y representativos de una mirada única y el canto carioca en la sangre, es allí donde se ubicará por siempre  la obra de Ileana Hochmann. Y el timón lo llevará el peso de la palabra.

Lic. María Carolina Baulo
Mayo 2018